Comentario
Para el cristianismo, las vidas de los fieles que han dedicado su vida a la predicación de la palabra de Dios, que han llevado una vida de extrema virtud o que han sido martirizados por su fe reciben el nombre de santos. Los santos de las Iglesias crsitianas son muy numerosos, y a ellos acuden los fieles en busca de ayuda o intercesión divina.
El culto a los santos es especialmente importante en la Iglesia católica, siendo éstos muy numerosos. Pero para que un individuo sea declarado santo por la Iglesia católica antes debe darse un complicado proceso conocido como canonización.
La canonización comienza generalmente muchos años después de la muerte de un individuo. A propuesta de un grupo de fieles, se empieza con un examen de la vida del candidato, determinando sus aptitudes para la santidad y la ortodoxia. Así, se comprueban los hechos milagrosos que se le atribuyen, generalmente curaciones o manifestaciones sobrenaturales. Si se supera esta fase, el individuo es considerado beato -del latín beatus, bendecido-, siendo entonces permitida su veneración en el ámbito local. Cuando existen indicios de que, por medio de este beato, Dios ha continuado realizando obras, comienza de nuevo el proceso para ascender un escalón en el camino de la canonización. Si finalmente todo indica, según el canon católico, que la persona investigada reúne los requisitos exigidos, el Papa, la única persona legitimada para conferir el status de santidad, declarará santo al individuo, lo que quiere decir que su veneración será universal.
Los distintos Papas han seguido diferentes políticas en cuanto al proceso de canonización. Fijado el proceso a lo largo de los últimos cuatro siglos, generalmente la tendencia ha sido a no realizar demasiadas santificaciones, fijándose en unos trescientos los nuevos santos declarados en los últimos ocho siglos. Una excepción a esta regla es Juan Pablo II, quien ha acelerado en gran medida el proceso de canonización con respecto a sus predecesores y es responsable de la elevación a los altares de un buen número de santos.
Excepcionalmente, también la Iglesia puede determinar que no existen pruebas suficientes para venerar a un santo, procediéndose entonces a descanonizarle. Algunos casos conocidos son los de san Jorge o san Cristóbal, aunque sus figuras y devociones están tan arraigadas entre la población que su culto permanece inalterable.